Por Rodrigo Verdugo Pizarro
He leído y releído “Acedia” de Benjamín Castro Espinoza, Editorial Signo, y no he dejado de sorprenderme ante el logrado método de su composición, concluyendo que un texto de tamaña plenitud formal no siempre se consigue inicialmente. Los temas que asedian las cuatro partes de “Acedia” parecen ser la prolongación de ciertas constantes temáticas ya abordadas por poetas como Armando Uribe y Eduardo Anguita, a saber: la muerte, la finitud, la caducidad, las limitaciones, las inautenticidades. Si bien hay un paralelismo temático con estos poetas, hay aquí en esta primera obra una muy marcada Intención de sobreabundar en la angustia y el aburrimiento que nivelan a todas las cosas y a todos los hombres. El poeta Benjamín Castro Espinoza acusa y recusa toda perfecta ecuación entre el sujeto viviente y los objetos vividos. Partiendo de que el hombre es una fracasada recapitulación de la naturaleza, el
hablante lírico encara las insatisfacciones vitales arrojándose en la perspectiva aterradora, (para la mayoría), de la disolución, y el aprehendiendo el efecto disolvente del olvido El poeta va a encarar diversas depresiones espirituales, rebelándose contra todo tipo de onmitud, de mundanismo, y contra toda
exigencia objetiva de la vida. Hay una lucida amargura y un agotamiento
espontáneo que recorren estas páginas, hay la búsqueda de remotas analogías
para enaltecer el silencio o mas bien su concreción material y simbólica en la
figura del monasterio. Por quien, y para quien es la vida, pareciera preguntarse
el poeta en una serie de poemas, sometidos en su mayoría a una máxima
síntesis, y elaborados con un rigor extremo. Son textos que nacen a partir de
una intuición potencial, con mínimos desarrollos que sortean con gran
destreza en algunos de ellos, los peligros del desenlace circular, es decir frente
al peligro de la forma circular, no hay un manejo mecánico, al contrario, los
desenlaces circulares se libran de ser abruptos, cualidad que hay que destacar.
Incidentes interiores y exteriores nutren esta escritura. No hay más
fundamento que el olvido y la muerte, en tanto el olvido aquí es expuesto como limitación cuantitativa de la vida misma. El poeta no busca vencer la
finitud, ni compensar la vaciedad del sentido, menos oponerse a ese tiempo
destructor, ni tampoco a alcanzar una epifanía que lo absuelva de las
convenciones de la temporalidad lineal, se sabe desde antes inmerso en lo
baldío, y en una materia que en términos Agustinianos es negativa en
oposición al espíritu, llegando el poeta a rozar los extremos de un dualismo
interior. De allí deviene cierto ascetismo, o ética extremista, que está muy
presente en varios textos. La vida en su frágil mecanismo vive de espaldas a la
vida misma, a su nadidad, a su primer origen y a su último fin, como la muerte
que está de espaldas a quien escribe sobre ella. Habíamos afirmado sobre el
castigo formal de estos textos, lo cual celebramos porque exponen
escuetamente, el mundo doliente y baldío del autor, existir es estar
sosteniéndose sobre la nada, el ser es para no ser, angustia y no dolor. La nada
tiene la última palabra, no hay garantías de sentido parece decirnos el poeta
Benjamín Castro Espinoza, en “Acedia”, un texto urgente cuya lectura y
relectura es crucial en una época como esta, donde se disimula el absurdo, y se
camufla la angustia.