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EL OBJETO DEL DESEO
... Mueve su cabeza y me mira con sus ojos abrasadores diciéndome: “que estai esperando”.
Publicado en Narrativa 8 min lectura
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Por Sebastián Ruíz Alsina

Con un chifón transparente sale hasta el marco de la puerta de su habitación y me pega una mirada como la que da la boa antes de morder algo. El bikini con encajes que trae puesto lo tiene incrustado en el cuerpo. Sus ojos son dos pececitos de oro que nadan dentro de una pecera almendrada, y leo en ellos: “prepárate huachito que te voy a hacer zumbar”.

Me hace un gesto con su bracito gordito para que avance hasta donde está. Calculo que me debe llegar a la cintura, justo donde se levanta el mástil para gritar “Viva Chile mierda”. Toma mi mano y antes de entrar me agarra la frutera para tantear lo que hay en ella. Hoy tendré la oportunidad de estar con la Margarita. Quiero conocer cómo es el amor en formato chico. Por lo que he escuchado la chiquitita se las trae, es brava, como un hacha afilada. Ahora sabré por qué sus labios gruesos han ganado tanta fama. Por fin podré raspar mi cachocabra en ese caldo.

Quiero sacarme los balazos y arroparme en ese corazoncito pequeño que tiene. Veré sí le hace honor a su reputación y me quita la falta de cariño que tengo. Me pregunto cómo pudo la naturaleza atomizar en ese cuerpito tanta exuberancia y transmitirle a un hombre como yo (a mí que me cuesta entrar en el círculo amoroso) ideas pecaminosas antes de siquiera tocarle un pelo.

Me pide que me siente en la cama y me quite la ropa. Quedo en calcetines. Miro su bracito choco, la piernita que le llega hasta la rodilla y que es ancha como la pata de un sofá antiguo. El talle corto contrasta con su monumental trasero. Le cuesta subirse a la cama y cuando está arriba me tiende de espalda. Siento un escalofrío cuando recorre mi cuerpo con su lengua bífida. Es como si la pasara dos veces. Tremendo es el placer que siento, ¡Madre de Dios!

Se encarama encima mío con sus bracitos que terminan a la altura del codo. Es toda una artista circense dominando el arte del equilibrio. Me pasa el chonguito de uno de sus brazos por mi pecho: eso me excita. Se saca con los dientes la prótesis de una de sus piernas, la lanza lejos y queda montada como quien va a domar un potro. Le toco los pechitos maduros que apuntan hacia el cielo. Todo en ella es minimalista. Aletea como un pollo faenado sin alas. Pide que me acerque, para que le pase la lengua por su abdomen hinchado; siento en mi boca la mezcla de tabaco y café. Corcovea, manifestando que la pica le llega hasta el cuello. Le toco el muñón que tiene en su pierna izquierda y lo siento suavecito como si fuera seda. Arriba del ring, de cuatro perillas, es peso mosca con un buen juego de cintura. Se suelta el pelo y lo deja caer en su espalda tomando el aspecto de una amazona. Se chasconea eufórica, grita, aúlla y alaraquea como endiablada. Me pregunta qué quiero a hacer y le respondo que ella manda. Despide un olorcito a rosas recién cortadas. Gira sobre sí misma como si fuera un trompo dándome topones.

Se pone de espalda y asume la posición. Parece un lechoncito que espera ser rellenado con una zanahoria de las grandes. Mueve su cabeza y me mira con sus ojos abrasadores diciéndome: “que estai esperando”. Me acerco y antes de mandárselo a…me acuerdo de la Julieta, mi mujer, a quien escucho dentro de mi cabeza como campanadas interminables:

—¡No te olvides de pasar por la torta de la niña! Acuérdate que el cumpleaños es hoy y comienza a las cinco. ¡No te vayas a olvidar! —enfatiza.
—¡Sí, mujer!, no te preocupes, llegaré a tiempo. Solo voy a hacer un alto en el centro para atender a una clienta que me está pidiendo un servicio, necesita que le destape una tubería.
—Bueno, pero no llegues tardes como otras veces, hoy es el cumpleaños de tu hija.
—¡Sí, mujer!…no tienes para que repetirme las cosas —le digo apretando los dientes.

La Margarita —hasta dulce suena el nombre de esta mujercita— me pregunta si todo está bien. La miro y le digo que hasta aquí llego, que me tengo que ir. Me pide que le diga si lo ha hecho mal para que yo me vaya. Respondo que no. Que solo he recordado una cosa, ha sido un lapsus, pero que todo está perfecto con ella. Me dice que, si quiero puedo dejarlo para otra ocasión, que no habría problema, que este encuentro no hay necesidad de pagarlo.

La miro mientras comienza a acomodarse las prótesis de sus brazos. Da un salto y la veo buscar la pierna falsa debajo de la cama. Me visto pensando en mi hija, en su fiesta, en su torta, que ya es tarde y me va a pillar la hora y después vendrán los reclamos de mi mujer.

Me despido de la Margarita quien cojea mientras sigue buscando por la pieza. No sabe a dónde fue a dar la prótesis. Agarro mi bolso de gimnasio y salgo con destino a la pastelería. Retiro la torta y encamino mis pasos elasticados a la casa. Llego en medio del algarabío de los invitados al ver la torta que llevo. La fiesta de los cabros chicos se desata. Pitos, cornetas, serpentinas, la piñata y cantarle el cumpleaños feliz a la niña para después servir la torta es el epicentro del cumpleaños. A las tres horas después termina todo. No queda nadie. Mi mujer me dice que me toca ordenar y limpiar, que ahora ella se va a descansar, que deje todo lavado y guardado. Después de terminar me tiro en el sillón con una cerveza en la mano y reviso mi bolso del gimnasio viendo su contenido. Al ver lo que traigo no puedo dejar de pensar en lo rico que se siente el cuerpo de la Margarita cuando me acaricia sin esos aparatos plásticos.

Al par de días vuelvo. Espero que se desocupe. Llega mi turno y sale a encontrarme al medio del pasillo con una muleta, me comenta que no ha podido dar con su pata falsa y se ríe. No hago comentarios. Caminamos hasta su pieza tomaditos de la mano como si la llevara a jugar al parque. En la cama volvemos a lo mismo. ¡Ahora sí he coronado! La Margarita es como una frutilla
bañada en chocolate que he ensartado en una brocheta. Termino extasiado al borde de la cama.

Se me pierde de lo tan pequeña que es. Me pongo a pensar que el cariño efímero, aunque venga en frasco chico, es más grande que el que pueda encontrar en otro lado. Me visto y me despido. Luego llego a mi casa, está todo a oscuras. Mi mujer está durmiendo. Voy al refrigerador y veo que aún queda un trozo de torta. Agarro la crema con los dedos y la saboreo como lo hice con mi chiquitita horas antes.

Saco del bolso lo que ando trayendo y la acaricio pensando en lo extraño que se siente ese objeto en mis manos y el deseo que despierta en mí, es suavecita al tacto. La estrello contra mi pecho, me acorruco en el sillón y me duermo pensando en esa florcita a la cual, cuando le doy el poco amor que me queda, se le caen sus pétalos.

Sebastián Ruíz Alsina
(1964-…) desde joven fue atraído por la literatura y posteriormente por la
escritura, con la cual comienza a establecer un vínculo más profesional desde
el año 2014 al participar en talleres y cursos de creación literaria.
Hizo estudios sobre narrativa contemporánea mundial y Latinoamericana
(novela y cuento).
Sus primeras creaciones lo acercaron a la poesía, para pronto mudarse al
cuento, seguir con la narración oral, pasar por la crónica y finalmente llegar a
la novela.
Ha participado de varios colectivos y presentaciones artísticas, como también
apariciones (cuentos-crónicas) en otras agrupaciones literarias del país.
Hoy cultiva la creación de diversos géneros del cuento, como también es un
observador del territorio que habita a través de sus crónicas diarias. Tiene a su
haber su primera novela publicada (Nido de Cuervos) y se presenta ante el
lector como un novelista de narrativa directa.

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Javier Rojas Aguayo - EDITOR - Publicista. Business School, Stockholms Universitet. Suecia. Gestor: webmediabook.com


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